Si nuestro herrero tuviera necesidad de cualquier elemento de su vestuario, manutención, menaje o trabajo, a buen seguro que podría autoabastecerse de él, sin salir del pueblo y casi aunque fuera su único habitante.
Nos lo podemos imaginar, como así ha sido, de pastor por el Robreo, junto a las casillas levantadas por él mismo, o en el Hervidero, en prados que el mismo riega con el caz y siega con su propia guadaña. Y a primeros de Junio le vemos, con las tijeras que él mismo fabricó, esquilando el ganado, que también le ha proporcionado el delantal y los zagones o las abarcas de cuero con que se cubre.
Los vellones, adecuadamente tratados, hilados, torcidos, tejidos y batanados, acabarían siendo manta, calcetines o jersey, confeccionados por su mujer. Poco trabajo nos cuesta seguir su recorrido por el batán, todavía reconocible, a la puerta de su casa en corro de hilanderas o por el mismo telar, otrora arrinconado y ahora sólo pieza inútil de museo.
Sin dificultad, en alguna ladera soleada podemos seguir el rastro de las abrazaderas, previamente trabajadas en la fragua, y que ahora forman parte de las colmenas de tronco, vaciadas a base de martillo, escoplo y escodrijo; en su interior bullen en actividad febril las obreras y de ellas extraerá nuestro habitante primitivo, miel y cera que, trabajadas al calor de la cocina, se convertirán en tortas de cera, velas y hachones después en la ermita. En un vasar, fabricado por él, junto al escaño de la cocina se alinearán los tarros de miel, los quesos de oveja, las hogazas de pan cocido en su propio horno y partidos después en su mesa de roble.
Poco nos cuesta adivinar el camino de esa hogaza morena, siempre dura y siempre comestible, desde que era grano: del granero en la cámara hasta la ren, trabajada con el arado, reja, escarda, hoces y zoqueta, caballería y era. Trillo, celemín, fanega y en sus propias caballerías camino del molino en el arroyo que produce harina en verano y electricidad en invierno. La harina, camino de las artesas y después masa cernida, fermentada y cocida en el horno de leña pasará a las cestas de mimbre, pacientemente preparadas a la sombra del corral, y después al arca.
En la mesa, judías, garbanzos, patatas de propia cosecha, comparten los honores con cerdo, cordero o pollo, todo de los propios corrales; alrededor de ellos, sobre todo del cerdo, gravita la mesa familiar. Su cría, rito y promesa fecunda, modelo de reciclaje, y su sacrificio, no menos ritual y festiva, asegura la ingesta de proteínas y grasas animales junto a las provenientes de la caza, a veces con sus propios cepos o lazos, o de la pesca, capturada con primitivos artes o incluso bajando por la pértiga a buscar los barbos del fondo de los pozos del Sorbe o del Sonsaz.
Para él y su familia, el habitante del poblado es capaz de construir, con piedra y pizarra, extraídas de las laderas del Ocejón, casa, fragua, horno, molino, batanes, puentes, tainas y tapias, acequias, túneles, iglesia o cementerio. Y si hay que hacer un camino nuevo, porque el del Paso se cierra por la nieve, se hace otro más bajo por Palancares o por Umbralejo, aunque haya que vender los robles de la dehesa para costearlo.
Nuestro hombre, no contento con todo esto, o quizás absolutamente satisfecho, prepara con amplitud su programa festivo y lúdico, digno de reproducirse en un nuevo museo etnológico o folclórico: rondas y Aguinaldos de Navidad o Reyes, ofrendas de San Antón, Chinela de San Ildefonso, Candelas de la candelaria, botargas y toro de Carnaval, ritos de Semana Santa, cuelga y quema del judas, el Encuentro del día de Pascua, ronda y puesta del Mayo, danzas, teatro, botargas, enramadas, cantares del Señor y la octava, bolos, chita, barra o calva, fiesta del pollo, ritos de ánimas, cena de la machorra, repertorio de mozas, romancero a la luz de la lumbre…
El anciano valverdeño, cumplidos los ochenta o los noventa, en el cénit de su realización personal, un día cualquiera, a la vuelta del huerto se sentará en el suelo, con la azada en la mano y la vista perdida en la ermita. Afortunadamente ha sido tan previsor que tiene guardadas las tablas para su caja en el desván, ha dicho con qué traje desea que le entierrren y siempre que ha tenido que rezar por alguien ha rezado también por sí mismo: «por el primero que vayamos a dar cuenta a Dios de nuestros pecados».